Una historia verídica y dos de la casa.

Un domingo, hace ya unos cuántos años, vino mi tía abuela y me preguntó.

- Pepe, esto de Internet, ¿cómo funciona?, ¿con un botón?, ¿con una palanca?

Eran las dos de la tarde y me había levantado a tomar agua porque tenía una resaca espantosa. ¿Qué podía hacer? Quiero mucho a mi tía abuela, pero no estaba en la disposición de ánimo como para intentar explicarle a una persona que pide ayuda cada vez que tiene que rebobinar una película el funcionamiento de la World Wide Web (funcionamiento que, por otra parte, tampoco acabo de comprender). ¿Qué decir para volver cuanto antes a la cama? Tuve un momento de lucidez: puse cara de estar dando una respuesta obvia y, sin piedad, hundí a mi pobre tía abuela un poco más en el pantano de la ignorancia.

- Es con la computadora-, dije.

Se quedó mirándome, pensativa. La computadora es su límite. Si algo sabe mi tía abuela, es que jamás va a entender una computadora, y ahora descubría que Internet estaba aún más allá, que Internet era otra de esas cosas que no iba a entender jamás.

- Ah...- dijo, y se puso a ver tele.

A ustedes, que seguro tampoco tienen tiempo ni ganas de explicarle a sus tías abuelas cómo funcionan las cosas, pero que sí tienen para leer las ridículas anécdotas de un pingüino de peluche y para pelotudear a cuatro manos por la inacabable red de redes, les dejo dos fotologs…
El de Patricia Leonardo, autora de Reparaciones Fina, y ganadora del Pepe Artigas de Oro a la historietista más simpática y talentosa del 2006.
Y el de Salvador Sanz –muchos ya deben conocerlo- el autor de Legión, un cómic que se está por venir y que, créanme, les va a aflojar los esfínteres de gusto (pregúntenle a mi amigo Edgar Vichicome).

Perdón tía, tenía mucha pero mucha resaca. No estás sola en el pantano, yo también estoy, y me asoma apenas la puntita del pico.

Hasta la próxima